Un detalle que presenta el evangelista Lucas con respecto a Jesús es sobre la decisión firme que toma de subir a Jerusalén. Jesús aparece desempeñando su ministerio en Galilea, hasta que llega un momento cumbre en la madurez de su vocación, “cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, se afirmó así mismo y emprendió su viaje a Jerusalén” (Lc 9, 51). Previo a esta decisión, el evangelista ya ha puesto en labios de Jesús un doble anuncio acerca de su pasión dolorosa (Lc 9, 22.44) y lo que le aguarda con respecto a las autoridades de Jerusalén. El camino del Señor se torna empinado y, por tanto, para quienes le siguen también. Tal vez los discípulos han alimentado lo suficiente su fe al haber sido testigos de los éxitos del Señor ante las multitudes que le buscan, pero ahora comienza el Señor un camino que lo llevará a encontrarse con su soledad… hasta el mismo grado de vivir en lo profundo de su corazón, el silencio de Dios.
Sea como sea, Jesús ahí va… rumbo a Jerusalén, y lo primero con lo que se topa es la negativa de una comunidad samaritana, que al enterarse de que Jesús va a Jerusalén, se siente indignada, pues para ella el lugar auténtico de culto se encuentra en su propia región, en el pozo que su padre Jacob entregó como herencia a su pueblo. La negativa de los samaritanos es expresión de la separación y división que existe en el pueblo de Israel con respecto a la adoración que se debe dar a Yahvé Dios y las diferentes tradiciones arraigadas en el pueblo. Jesús, al saber la negativa, es más libre y capaz de salirle al paso ante tales divisiones, pero también es paciente ante la estrechez de mente de quienes prefirieron no recibirle con hospitalidad, olvidando lo que Abraham hizo una vez que hospedó ángeles; ahora, esta comunidad pierde la oportunidad de hospedar al mismo Hijo de Dios.
El ejemplo del Señor Jesús marca un hito vocacional que puede ayudar a todos los que vamos en pos de él, pues afirmarnos en la vocación es una necesidad a la que se debe de llegar en momentos importantes de la vida. Por ejemplo, la decisión inicial de los que ingresan al Seminario conlleva un grado fuerte de renuncia y afirmación y, sin embargo, aún no aparece todo lo que implicará responder a tal llamado; apenas es el inicio.
Como presbíteros o consagrados podemos experimentar una indecisión de afirmarnos plenamente en la vocación, cuando ya se lleva un camino andado, a tal grado que podemos, incluso, cerrarnos a recibir al Señor y querer modelar nuestro culto a Dios, a nuestra propia manera; es decir, que ajustamos nuestra vocación a un estilo cómodo y justificado, quitando con ello la pendiente a la que el Señor nos invita a subir. No podemos rehuir al llamado ni quererle marcar el camino al Señor, pues eso sería satánico; somos nosotros los que debemos afirmarnos en el seguimiento de Cristo. Afirmarse en ello necesita de toda una revisión humana y espiritual de la propia vida, de cara al Señor. Un retiro de silencio… un tiempo de recuperación del camino andado… un ver cómo estoy hoy respondiendo al Señor… qué desilusiones me paralizan… con qué realismo afronto la vida…qué sueño busco y sigo alimentando al seguir adelante junto al Señor. Ánimo.
Por: Pbro. Jesús Barragán Bueno
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