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Patronazgo diocesano

Imagen de nuestra patrona

Origen de la imagen

Fray Matías Escobar, religioso agustino que fue cronista de dicha Orden en la Provincia de Michoacán en los primeros años del siglo XVII, en su obra “Michoacana Thebaida” de 1729, en su capítulo 61 titulado “De la invención maravillosa de María Santísima Nuestra Señora de la Raíz quien se venera en el pueblo de nuestro padre San Agustín de Jacona”, nos dejó una sencilla y sentida narración del origen de la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza.
 
          Hacia el año de 1685, siendo pastor de las ovejas michoacanas el Sr. D. Juan de Ortega y Montañez, siendo superior de los agustinos Fr. Fulgencio Trabaloni, el provincial Fr. Gregorio de Izaguirre y en el convento de Jacona Fr. Jerónimo Sáenz, a las orillas de la gran laguna de Chapala se apareció una maravillosa raíz. En ese entonces un indio pobre llamado Juan del pueblo de Xacona tenía parentesco con otro indio del pueblo de Paxacoran perteneciente al curato de Ixtlán. Juan ayudaba a su compadre en el ejercicio de la pesca.
       
        Fue un día de tantos mientras pescaban que logró una buena pesca, cuando agitada entre las olas reconoció una crecida raíz de palo. Sintió un interior impulso y alcanzando el madero lo introdujo gustoso en su barca. Así fue como Dios comenzaba a valerse de sucesos y detalles normales, simples y sencillos para que a la larga se convirtieran en elementos que conformaran una realidad maravillosa y extraordinaria de gran trascendencia.
 
El pescador de Paxacorán llevó el madero a un pequeño albergue con la intención de enjugarlo de la humedad y valerse después de su materia para el fuego. Sin embargo, su compadre Juan de Xacona al visitarle le llamó la atención aquel madero pues reconoció en él ciertas señales de imagen, por lo que se lo pidió a aquel pescador, que ignorando el rico tesoro que aquel madero ocultaba, se lo facilitó a su compadre, que lo llevó consigo a Xacona.
 
        Al llegar a su casa el indio Juan, con felicidad vio que no se había engañado la vista en lo que había atendido en la raíz, y así luego que reconoció que era una raíz de un árbol llamado camichín, contempló con imaginación piadosa e inspiración del cielo, que estaba formado en toda perfección un maravilloso bulto de María Santísima. Aquella raíz medía menos de un metro de longitud y podía distinguirse el rostro elevado al cielo, con un niño unido a su pecho, mismo que le sería retirado por indiscreta devoción a fin de acomodarle el vestuario a la imagen.
 
El P. Aureliano Tapia en su libro “Nuestra Señora de la Esperanza” cita una historia anónima publicada en 1921 que describe que en el brazo y mano siniestra tiene un niño del tamaño de una cuarta, reclinado sutilmente en su pecho con una raicilla que del costado de la Señora remataba en la espaldita del Niño. El brazo diestro de la Señora tiene una inclinación vuelta hacia arriba y en medio de la palma un palito pequeño en forma de cetro y con una flor. Las cabezas de ambos están cubiertas de raicecitas que les servían de cabello, así como otras que le cubren el medio cuerpo.
 
Con el paso del tiempo y con un devoto fin se dispuso sentarle barniz a la imagen quitando así el color natural de la raíz, quedando algunas raíces en el cabello y otras en el cuerpo para dar testimonio de su origen. Por otra parte, la figura del Niño desapareció, debido a que un religioso del convento de Jacona lo llevó consigo a Europa, hecho que despertó la versión del cambio de posición del rostro de la imagen, debido a una cisura en el cuello de la imagen que no fue posible reparar.
 
Hoy en día “la imangecita” como la llamó el P. Francisco Valencia Ayala en 1949 podemos describirla como diminuta, apenas un metro con todo y peana, sin obra de arte antigua ni moderna, con la mirada al cielo, luce original túnica blanca y cubre sus hombros un manto azul recogido con elegante gracia. Con una planta del pie pisa la serpiente que se enrosca sobre el mundo y estrecha en su brazo derecho un ramo de azucenas.

El inicio de un idilio entre María y sus hijos

El indio Juan mostró el hallazgo a sus familiares, y estos dieron noticia al P. Fray Jerónimo Saénz, actual Prelado del Convento, quien fue a la casa de Juan y viendo admirado la imagen de bulto de la Señora, dio principio al culto en aquel pobre oratorio del Indio Juan. Posteriormente, Fr. Jerónimo pidió la licencia para dicho culto de parte del obispo de Michoacán Dn. Juan de Ortega Montañez quien la concedió efectivamente.
 
El culto a la Virgen de la Raíz fue creciendo paulatinamente, prueba de ello fueron las capillas que se fueron construyendo para ampliar y mejorar el lugar de culto. Hacia 1711 se le dedicó una capilla junto al río Celio, inmediata al oratorio del indio Juan, misma que en 1740 se remodeló y en 1750 Fr. José de Villegas, superior del convento de Jacona, pide licencia para construir en el centro del pueblo una nueva y mejor capilla, licencia confirmada por el obispo de Michoacán Dn. Martín de Elizacoechea el 2 de noviembre de 1751, pues ya el 17 de octubre del mismo año se había señalado el solar junto a la calle real que linda con la plaza como lugar para su primer templo.
 
Otros hechos históricos que nos muestran el arraigo y la profundidad de la devoción popular son la cofradía de nuestra señora de la raíz, cuyos miembros nunca cesaron de fomentar el conocimiento y la devoción a aquella imagen, incluso después de que los agustinos entregaron la parroquia de Jacona a sacerdotes del clero diocesano. El Sr. Cura Juan José Gómez, párroco de Jacona, sería quien el 8 de mayo de 1864 celebró la misa solemne de la erección de la diócesis de Zamora. Otro hecho significativo se observa en las actas de bautismo desde 1712 en que se ponía a los recién nacidos el nombre alusivo a dicha advocación de la imagen y posteriormente así mismo el nombre de Esperanza cuando el Papa le cambió el nombre en lugar del de Raíz.

La coronación pontificia

El amor, devoción y culto a la Virgen de la Raíz aumentó con la llegada del P. José Antonio Plancarte como párroco de Jacona en 1867, quien remodeló el templo y atendió personalmente la cofradía de nuestra señora. Fue él quien 1877 en uno de sus múltiples viajes a Roma para llevar vocaciones, visitó al Papa Pío IX, quien le conocía y estimaba, para hablarle de la imagen que se veneraba en su parroquia en Jacona y le presentó una litografía hecha por el pintor italiano Silvio Capparoni, misma que llevaba impresa al pie la invocación “María esperanza nuestra.” El Papa entonces sugirió y casi decretó cambiarle el nombre por el de Nuestra Señora de la Esperanza, un cambio tan providencial y comprometedor para todos sus devotos.
 
Tanto el Papa Pío IX como León XIII tuvieron una relación francamente estrecha, directa y notoria con la imagen de Nuestra señora de la Esperanza, pues si bien el Pío IX dio el fundamento para el cambio de nombre, fue León XIII quien tuvo detalles significativos que arraigaron aquella devoción, como el decretar la coronación pontificia de dicha imagen, la primera coronación de una imagen en América Latina por mandato del mismo sucesor de Pedro.
 
El P. Miguelito Plancarte Garibay, sobrino del P. José Antonio Plancarte, fue el factor y motor de dicha coronación pontificia. Dicha idea le nació en abril de 1885 al presenciar la coronación de la Madona de Strada en la Iglesia de Gesú de los jesuitas y deseó con su corazón hacer lo mismo con la Guadalupana, mas viendo dificultades con el Cabildo de la Basílica, optó por trabajar en favor de la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza, la imagen de su infancia, siendo un gran regalo para los zamoranos y estímulo para las demás advocaciones.
 
El 14 de febrero de 1886 el Sr. Arzobispo de México, Dn. Pelagio Antonio Labastida cumplía en Jacona el mandato del Papa León XIII en una solemne misa pontifical presidida por el obispo de Augustópolis, Dn. Ramón Moreno y cuya homilía estuvo a cargo del Sr. Obispo José Ignacio Montes de Oca, obispo de San Luis Potosí, en una celebración sin precedentes en que millares de manos se agitaron en un aplauso único. Sin embargo, aunque el Sr. Cázares, segundo obispo de Zamora, dio su anuencia para la realización de aquella ceremonia, no estuvo presente. No obstante, la coronación pontificia fue el detonante para que aquella devoción prendiera.

La devoción diocesana

Uno de los eslabones que llevó a San Rafael Guízar y Valencia a la santidad fue precisamente su amor y devoción a la Virgen María, quien sin duda fue motivado a ser devoto de la Virgen de la Esperanza desde el seminario, lo prueba una alabanza que él mismo compuso y usaba en todas sus misiones, nada más y nada menos que: ”Oh Virgen Santa, Madre de Dios”, en que se nombra a María como esperanza del pecador. Otro hecho relevante fue la fundación de los Esperancistas en 1903, una congregación de sacerdotes que se dedicaran total y exclusivamente a la evangelización en las misiones, proyecto que apoyó plenamente el Sr. Fernández siendo coadjuntor del Sr. Cázares. Y aunque dicho proyecto en 1910 desapareció por orden de la Santa Sede, reflejó la confianza y el amor de San Rafael por nuestra Madre de la Esperanza.
 
Podemos pues darnos cuenta de que aquel idilio entre Jacona y la Virgen de la Esperanza, se convertía pronto en una devoción diocesana. Así lo muestran hechos importantes: cuando con ocasión de la clausura de la celebración de la gran Dieta zamorana se visitó a la Virgen de la Esperanza en una soberbia manifestación de fe, o cuando se celebró el 25 aniversario de su coronación pontificia en ambiente festivo, e incluso al final de los ejercicios espirituales sacerdotales de la diócesis se congregaban a los pies de nuestra Señora.
 
En medio de los días difíciles de la revolución mexicana, el Sr. Núñez el 2 de febrero de 1921 invitó al pueblo diocesano por medio de una circular al aumento de la devoción a la Virgen de la Esperanza en su santuario de Jacona, mediante la peregrinación de todas las parroquias de la diócesis. La respuesta de las parroquias fue muy positiva y fervorosa manifestando el fervor de los diocesanos por esta advocación de la Virgen María.
 
En el año de 1925 ocurrió un evento que sacudió a la sociedad, fue robada la corona de la imagen de la Virgen junto con un cáliz, dándose todos a la tarea de buscar ambas piezas de valor, tanto autoridades civiles como eclesiásticas de ambos municipios de Zamora y Jacona, más el pueblo de fieles. Haciendo muchas investigaciones en una verdadera red de búsqueda, se dio con que unos “húngaros” eran los responsables del robo mismo que fueron encontrados en los jacales de los paleros del panteón viejo de Zamora. Dado el hallazgo, el Sr. Fulcheri determinó que los objetos sagrados regresarían a Jacona el 15 de agosto, fiesta de la asunción de María, para ser colocada sobre la imagen el día 8 de septiembre. Dicho hallazgo fue festejado y celebrado ampliamente en la región.

El patronazgo diocesano

El siguiente capítulo en la historia esperancista se abrió con la llegada a Jacona de su nuevo párroco, el P. Dn. José de Jesús Rojas Gil, que durante 22 años trabajó incansablemente por su pueblo De este “esperancista de hueso colorado” nació la idea del patronato de Nuestra Señora de la Esperanza sobre la Diócesis de Zamora en 1942, quien primero lo propuso al Sr. Fulcheri durante la realización del primer sínodo diocesano en febrero de 1943, asunto que vieron favorable los sinodales, sin embargo, fue un año después, en 1944 que se pidió de parte de la Mitra se consultara el parecer de todos los fieles.

Dicha consulta no se realizó debido a muchas causas, como la erupción del volcán Paricutín que fue un sacudimiento tremendo no sólo para las Parroquias de la Meseta Purépecha sino para las de toda la Diócesis que estuvieron en constante ayuda y apoyo a los pueblos afectados. Además que la principal preocupación y ocupación de los párrocos fue el “aterrizar” el sínodo para que no fuese una simple colección de documentos y surgió también la idea de un mejor estudio sobre la conveniencia de solicitar tal patronato y de preparar al pueblo con un mayor conocimiento de la Virgen de la Esperanza para que su voto fuese más consciente. Y quizá la razón principal para aquella demora fue la enfermedad y muerte del Señor Fulcheri.

        En 1947 en su primera circular, el V obispo de Zamora, Mons. José Gabriel Anaya y Diez de Bonilla, mostraba ya un desahogo esperancista claro y contundente, al decir que pensaba ya que la Virgen de la Esperanza era patrona de la diócesis, sin desconocer tampoco la condición en que se había quedado dicho proceso. En 1948, se llevó acabo el plebiscito a fin de conocer la opinión de los fieles, mismo que se hizo consciente, libre y amorosamente mediante voto secreto y con una respuesta ampliamente mayoritaria. El Sr. Anaya envió el 22 de agosto de 1950 al Papa, los resultados del plebiscito junto a una descripción de la historia de la imagen, con lo que hacía formalmente la petición del patronato diocesano para Nuestra Señora de la Esperanza.

El 25 de septiembre de 1950 el Papa Pío XII firmaba el Breve declarando patrona de la Diócesis de Zamora a la Virgen Santísima de la Esperanza. Dicha noticia fue recibida con sumo entusiasmo y alegría, por lo que el 16 de junio de 1951 el obispo diocesano hacía el llamado sus diocesanos a ejecutar el breve pontificio, mediante algunos actos preparatorios: la imagen vicaria de la Virgen visitó las 59 parroquias existentes entonces en la diócesis, además de 19 poblaciones; se celebraron jornadas catequísticas marianas, se intensificaron los movimientos marianos en la diócesis y se fijó la fecha especial, el 14 de febrero de 1952, al que antecedería un novenario en que se incluían todas las foranías.

Así del 15 de julio de 1951 al 26 de enero de 1952 el pueblo diocesano vivió intensamente la visita de su augusta patrona, misma que no solo se vivió en desbordamientos de religiosidad popular, sino en auténtica nueva evangelización, que fue respaldada por un Congreso Catequístico Mariano celebrado en Zamora del 7 al 9 de febrero de 1952, mismo que tuvo gran participación y conclusiones prácticas. La imagen de Nuestra Señora permaneció seis días del novenario en Jacona y los tres últimos días fue trasladada a la Catedral de Zamora.

El 14 de febrero de 1952 a las 8:30 de la mañana inició la misa pontifical en la que se ejecutó el decreto pontificio, misma que fue presidida por Mons. Guillermo Piani, delegado apostólico del Papa Pío XII. Al final de la misa, el P. Luis Caballero leyó en latín y luego en castellano el breve pontificio que fue respondido con un enorme y general aplauso, acto seguido, el Sr. Anaya pronunció el acto de consagración de la diócesis a la Virgen de la Esperanza, proclamando el juramento de fidelidad y compromiso hacia la nueva patrona. Aquel día fue una nueva manifestación apoteótica del amor y devoción de los fieles de la diócesis hacia la Virgen de la Esperanza que concluyó con el retorno de la imagen a su casa en Jacona, desde donde estaría esperando a todos sus hijos.

Y para que todo esto no quedara en una llamarada de petate, el Sr Anaya, aprovechando la celebración del Año Mariano por el centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, hizo dos propuestas: que cada año se fijara un día de peregrinación de cada parroquia a la celestial patrona y que la imagen vicaria visitara a los fieles en sus comunidades, por lo que se volvió a llevar acabo un recorrido por las parroquias. Además de que el Sr. Cura Rojas estableció en 1960 la Pía Unión de Nuestra Señora de la Esperanza para promover la devoción a la Virgen. 

Hemos de señalar que en medio de este acontecimiento, sucedió que en 1950 el Sr. Cura Jesús Rojas le encargó al escultor Pancho España que restaurara la imagen de la Virgen, quien aprovechó para realizar una copia de la misma que quedó idéntica, por lo que Sr. Cura no supo a ciencia cierta cuál era la original eligiendo una de las dos, naciendo la duda sobre la autenticidad de la misma. El P. Roberto Martínez fue quien compró la imagen que se quedó Pancho España, que por cierto, tenía puesto el vestido original que estrenó en 1886 al ser coronada por decreto papal.

Tanto los obispos de Zamora en turno, el Sr. Anaya y el Sr. Salazar quisieron comprársela pero el P. Roberto se negó. Fue ya en tiempo del Sr. Robles que un grupo de personas de Jacona exigieron la restitución de la imagen y el 7 de septiembre de 1976 la imagen volvía a Jacona. Pudieron entonces hacerse varios peritajes para que no hubiera duda alguna sobre la autenticidad de la imagen original para tranquilidad de todos.

Tanto el Papa Pío IX como León XIII tuvieron una relación francamente estrecha, directa y notoria con la imagen de Nuestra señora de la Esperanza, pues si bien el Pío IX dio el fundamento para el cambio de nombre, fue León XIII quien tuvo detalles significativos que arraigaron aquella devoción, como el decretar la coronación pontificia de dicha imagen, la primera coronación de una imagen en América Latina por mandato del mismo sucesor de Pedro.
 
El P. Miguelito Plancarte Garibay, sobrino del P. José Antonio Plancarte, fue el factor y motor de dicha coronación pontificia. Dicha idea le nació en abril de 1885 al presenciar la coronación de la Madona de Strada en la Iglesia de Gesú de los jesuitas y deseó con su corazón hacer lo mismo con la Guadalupana, mas viendo dificultades con el Cabildo de la Basílica, optó por trabajar en favor de la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza, la imagen de su infancia, siendo un gran regalo para los zamoranos y estímulo para las demás advocaciones.
 
El 14 de febrero de 1886 el Sr. Arzobispo de México, Dn. Pelagio Antonio Labastida cumplía en Jacona el mandato del Papa León XIII en una solemne misa pontifical presidida por el obispo de Augustópolis, Dn. Ramón Moreno y cuya homilía estuvo a cargo del Sr. Obispo José Ignacio Montes de Oca, obispo de San Luis Potosí, en una celebración sin precedentes en que millares de manos se agitaron en un aplauso único. Sin embargo, aunque el Sr. Cázares, segundo obispo de Zamora, dio su anuencia para la realización de aquella ceremonia, no estuvo presente. No obstante, la coronación pontificia fue el detonante para que aquella devoción prendiera.