Por: Arnold Jiménez
Uno de los temas más polémicos que se han dado en la discusión pública en los últimos años es el de las llamadas “infancias trans”. ¿Qué son las infancias trans? En la lógica de grupos radicales que han hecho un perverso, pero efectivo cabildeo político, hay niños o niñas que no se identifican con su sexo biológico y por ende “sufren” y hay que generarles las condiciones necesarias para que los padres de familia no se opongan a lo que sienten, los “comprendan” y hay que obligar al Estado a que les ayuden a vivir un proceso de “transformación” de su sexo biológico al sexo con el que se auto perciben. Es decir: si un niño se siente niña, los papás no deben oponerse a ese sentir y el Estado debe facilitarles un tratamiento hormonal y acceso a cirugías para cambiar su apariencia y pueda ser niña.
Evidentemente estamos frente a un fenómeno verdaderamente grave para la salud mental y desarrollo psico emocional de nuestra sociedad. Seamos honestos: se trata de toda una campaña publicitaria, ideológica, disfrazada de progreso y derechos humanos que no tiene sustento lógico, biológico ni filosófico. Es parte de una estrategia que busca arrebatar a los padres de familia a sus hijos, quitándoles el derecho que tienen por natura de cuidar de sus hijos y velar por su sano desarrollo. Palabras que a fuerza de repetirse se van encarnando en la sociedad y en los ambientes académicos (por cierto, cada vez menos rigurosos y amantes de la posverdad) como adultocentrismo, que quiere hacernos creer que los adultos imponen su visión e intereses a los menores de edad.
Quienes promueven las infancias trans, ponen en grave riesgo a los menores de edad. Según la psicología, en el desarrollo de los niños hay una etapa en la que la imaginación forma parte de su realidad. Esta puede prolongarse hasta los diez años. Y entonces el niño cree con profunda convicción en el “ratoncito de los dientes” o en “Santa Claus”; hay niños que a los diez años juegan a ser un súper héroe y su imaginación los lleva a sentirse el hombre araña o supermán. Es decir, los menores de edad van progresivamente distinguiendo entre la realidad y la imaginación. Por ello, la presencia de los padres de familia es fundamental, para que vayan paulatinamente haciendo procesos de distinción de lo real a lo imaginario, y así puedan tomar las decisiones más acertadas para su vida.
Es, por decirlo menos, increíble (indignante) que haya padres de familia, académicos o políticos que afirmen que un menor de edad, que aún no ha logrado la madurez necesaria y que se autopercibe diferente a su realidad, a su sexualidad biológica, deba ser sometido a un proceso hormonal, incluso sobre la voluntad de sus padres. Estos grupos radicalmente ideologizados, están “normalizando” algo que es grave para un menor de edad. Es tan absurdo que, en nuestro país, un menor de edad no puede comprar unos cigarros o una cerveza o una bebida alcohólica, porque no tiene la madurez necesaria, pero si pude “cambiar” de sexo si así lo desea. Cuidemos a nuestros hijos, detrás de todo esto sólo hay mentiras y manipulación.
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