Por: Pbro. Jesús Barragán Bueno
Este año el Seminario de Zamora adelantó por un día el peregrinaje de alborada al templo de san Agustín en Jacona, con motivo del festejo de los 138 años de la coronación pontificia de la Virgen de la Esperanza. Además de ser causa de devoción de los jaconenses, la Virgen de la Raíz, como de antiguo se le conocía, inspiró la fe de varios personajes significativos de nuestra diócesis, por ejemplo a San Rafael Guízar y Valencia, quien fundara de suyo la congregación de los sacerdotes esperancistas inspirado en la advocación de la Virgen de la Esperanza, incluso existe un canto de dominio popular que este santo le compuso a María en esta advocación; el Pbro. José Antonio Plancarte, quien por su gestión hizo que el entonces Papa Pío IX cambiara el nombre popular de Virgen de la Raíz por el de Virgen de la Esperanza.
Nuestro Seminario de Zamora tiene a la Virgen de la Esperanza bajo su patrocinio y cuidado, pues bien, la casa del Mayor está asentada en la ciudad de Jacona y gracias a ello cada año se pueden realizar dos peregrinaciones de las cuáles, la del 14 de febrero es la que congrega a los seminaristas de las tres casas de formación. Con ese motivo se motiva a realizar una doble jornada de convivencia y deporte. Cada año es significativo el “torneo de la Esperanza”, donde se promueven las disciplinas de fútbol y básquet bol; así cada instancia formativa prepara sus equipos y compite por ganar un premio.
Más allá de los festejos, la virtud de la esperanza como tal, está fuertemente arraigada en la espera gozosa de la segunda venida del Salvador. Creo que el mensaje del evangelio porta en sí una grande esperanza, hace que en el horizonte existencial y vocacional de la vida de las personas pueda fincarse en la confianza de que nuestro mundo está en las manos de Dios que reina. Vivir con esperanza de verdad hace romper con la tentación de absolutizar la visión de un mundo sombrío, nublado, del sol oculto que deja un día gris. La desesperanza puede ser una percepción en crecimiento ante la sensación que genera el pensar y constatar que la estabilidad del mundo en que vivimos se vaya perdiendo más y más a causa de la guerra, la violencia, la crisis ecológica, o el colapso de la economía. Lo cierto es que en nuestro mundo está esa posibilidad de pasar por momentos de prueba y oscuridad, como lo fue en su momento la misma crisis que ocasionó el covid-19. Pensemos como el siglo pasado conoció las dos grandes guerras que devastaron a países enteros y que puso a prueba la fe de muchos cristianos al acrecentarse la confianza en sistemas políticos que buscaban exaltar las posibilidades a las que puede llegar el progreso humano, nos deja el recuerdo y testimonio de personajes como Edith Stein, Dietrich Bonhoeffer, Maximiliano Kolbe… o más conocidos, la Madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King, Juan Pablo II y más, cuyos testimonios lograron traer esperanza en medio de un mundo que poco a poco se abría paso al tercer milenio cristiano.
Quien conoce a Cristo, en la peor oscuridad puede brillar la luz. Creo que en nuestro Seminario cultivar una auténtica virtud de la esperanza, conlleva el hábito de la oración y la vivencia de la eucaristía como apertura humana a Dios, implica el conocimiento de la realidad y el aprender a ubicarte delante de ella, pide crecer en el estudio, la lectura, el discernimiento y el buen juicio, sobretodo, empaparse de esa esperanza que viene a ser Jesús. La devoción a la Virgen de la Esperanza aquí puede encontrar un buen calado… pues rezarle a María viene a ser el paso firme que permita a nuestro Seminario caminar con confianza en medio de los retos que el mundo plantea.
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