Por: Pbro. Francisco Martínez
Nada simple ni sencillo alberga el añejo conflicto palestino-israelí. Su ya larga historia deja muy claro que no se trata de una pugna entre buenos y malos. Evade su contexto quien suponga que el apoyo frontal a uno de los bandos puede resolver el problema. No. No se trata de una lucha entre el bien y el mal. Se trata de un choque mortal entre el humano derecho a existir de ambos pueblos. Se trata de una tragedia.
Tragedia, porque desde hace casi 4 mil años, palestinos e israelíes, semitas ambos, ambos descendientes de Abraham, han destacado por su tozudez en reclamar como sólo suya, la posesión de un mismo territorio. Según aparece del capítulo 21 en delante en el libro del Génesis, por el año 1,850 a. C., Abraham, al no poder tener hijos con Sara, su mujer, se unió con su esclava Agar, quien concibió a Ismael, padre de los adaditas o árabes arabizados; sólo que años más tarde, a pesar de su avanzada edad, Sara dio a luz a Isaac, padre de los israelitas, por lo que, temerosa de que el hijo de la esclava reclamara la primogenitura, obligó a Abraham a exilar a Agar…
De esta manera, esos 2 pueblos medio-hermanos se han visto condenados a permanecer en conflicto, por tratar de ocupar el mismo territorio. De hecho, los palestinos habitan esas tierras porque constituyen su patrimonio histórico. Por su parte, tras de múltiples diásporas, los judíos, en lo que algunos califican como un “error histórico”, consumado e irreversible, volvieron ahí, pues no existe otro lugar en la Tierra al que puedan llamar patria.
Como resultado, guerras cíclicas, como la presente, que no conducen a solucionar el problema. ¿Cómo reclamar justicia absoluta para una de las partes, a costa de cometer injusticia para la otra? He ahí el nudo gordiano. Y el reto: ¡No más pogromos! Sólo que para lograrlo, no ha servido la intervención de otros países. Tampoco, el enfrentamiento de los oponentes, por lo que habría que voltear a la Sharía musulmana, que exhorta a la caridad y al Ben Sirá judío, que refiere la tercera sección del Tanaj: “Todo animal ama a su semejante, y todo hombre a su prójimo” (Eclo 13, 15). Ambos, judíos y palestinos, así quieran olvidarlo, vienen de un mismo padre. Ambos, así se caigan como patada en el estómago, no sólo son prójimo, sino que son medios hermanos.
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