Quinto Obispo de Zamora
José Gabriel nació en la Hacienda de Tepexpan, Estado de México, el 16 de marzo de 1895, siendo el décimo de los 12 hijos de Don Eduardo Anaya y Doña Concepción Díez de Bonilla. Estudió la primaria en México, en la escuela anexa al seminario conciliar y en los colegios de San Joaquín e Infantes, así como un año de comercio con los padres josefinos. En 1910 ingresó al Seminario Conciliar de México, siendo rector del mismo el Sr. Fulcheri. El 27 de septiembre de 1912 partió a Roma, al Pío Latino, enviado por el Sr. Mora y del Río (Arzobispo de México, nacido en Pajacuarán), y allá fue ordenado el 3 de abril de 1920. Regresaría a México, ya como doctor en filosofía, en teología y derecho canónico, el año de 1923.
Sirvió como profesor de latín, teología y liturgia en el Seminario de México; en 1930 fue nombrado Secretario de la Delegación Apostólica, y enseguida por la Santa Sede Monseñor y Protonotario Apostólico. Fue también padre espiritual en el seminario de México y de varias casas religiosas, colaboró en la revista sacerdotal “Christus” y la editorial Buena Prensa. Fue autor de un pequeño, valioso y práctico libro titulado “El Seminarista en el Altar”.
Mientras tanto, después de 9 meses en los que la diócesis de Zamora había estado sin obispo, el 7 de marzo de 1947 se dio a conocer que la Santa Sede había nombrado al quinto obispo de Zamora, cuya recepción se dio el día 24 de mayo, siendo consagrado como tal al día siguiente en la Catedral con grande júbilo y devoción.
Fue al Sr. Anaya a quien las reformas del Concilio Vaticano II lo tomaron en gran parte de sorpresa y a pesar de los obstáculos, trató de poner en práctica mucho de lo que el Concilio le entregó a la Iglesia. Le tocó una época difícil, de transición y de cambio en todos los órdenes, en especial en el orden eclesiástico y pastoral, y sin embargo la Diócesis marchó hacia delante, gracias a su laboriosidad, su entrega al ministerio episcopal, su piedad, su desprendimiento, su generosidad y su modestia.
La obra de este obispo se caracterizó por su constancia, profundidad y solidez. Respecto a sus sacerdotes, instituyó la fiesta del Cura de Ars como patrono de los párrocos, en 1953 aprobó los estatutos de la Unión de Párrocos, como un instrumento eficaz de su ministerio; y en 1958 emitió el decreto con relación a los auxilios mutuos para los sacerdotes, como un medio de ayuda y solución al problema económico sacerdotal.
El Sr. Anaya fue un gran promotor, difusor y sembrador del espíritu misionero. Prueba de ello fue la organización o actividad constante de los Obras Pontificias Misionales y la significativa aportación y contribución de la diócesis de Zamora al Seminario de Misiones Extranjeras (Misioneros de Guadalupe) en todos los órdenes. Además, abrió las puertas del seminario, con generosidad, a diócesis pobres y ayudó con varios sacerdotes a diócesis necesitadas.
Fue en su tiempo que se inició el proceso de beatificación del Sr. Castellanos, sacerdote zamorano ejemplar, luego obispo de Tabasco. Edificó el Seminario Mayor de Jacona y el Menor de Uruapan. Para ambos aportó gran parte de sus haberes. Se continuaron enviando muchos alumnos del seminario, tanto a Montezuma como a Roma para especializarse en las ciencias eclesiásticas y no eclesiásticas. Tuvo especial cuidado en que las vocaciones sacerdotales no menguaran, de tal manera que en su gestión hubo gran fecundidad en cuanto a sacerdotes ordenados para la diócesis, para otras diócesis y para varias congregaciones religiosas.
En cuanto a los religiosos y religiosas, a las congregaciones ya existentes en la diócesis las ayudó siempre y se preocupó por ellas. Aprobó a los Oblatos Diocesanos del P. Enrique Méndez, párroco de Sahuayo. Aprobó, también, la Pía Unión de Religiosas del Trono de la Sabiduría y las de Nuestra Señora de la Esperanza. Y en 1954 aceptó en su diócesis a los padres combonianos, que llegaron a Sahuayo para instalar su Seminario.
Si algo hay que destacar en el Sr. Anaya, es su devoción profunda y sincera hacia la Madre de Dios. Su primera carta pastoral fue sobre el patronato de la Virgen de la Esperanza sobre la Diócesis de Zamora, lo que logró el 14 de febrero de 1952. Consiguió también de Pío XII, el reconocimiento del Patronato de la Inmaculada sobre Zamora, coronando solemnemente y en medio de grandes festejos y regocijos, su imagen, al celebrarse el primer centenario del voto zamorano a María, en 1950. Y declaró Santuarios Marianos a Apo y a Tingüindín.
Todos los movimientos apostólicos existentes en la diócesis como el Movimiento Familiar Cristiano, Acción Católica, Caballeros de Colón, Cursillistas, etc., tuvieron realmente un repunte durante su gestión. Trabajó además en pro de las escuelas particulares como de las oficiales. Y los Colegios Episcopales fueron fundados por el Sr. Anaya, a sugerencia de la Sagrada Congregación de Seminarios, aprobando sus normas el 26 de abril de 1961.
En la meseta purépecha autorizó y bendijo en 1955 de manera personal y directa la Liga Pro Tarascos, nacida en 1948. Con su apoyo se fundaron colegios en Angahuan, Tanaco y Pichátaro, se celebraron ejercicios en lengua puré en Chilchota y Jacona, se realizó la primera semana católica de la sierra tarasca en Paracho del 13 al 18 de noviembre de 1955, se dio apertura a la escuela doméstico–rural de Tarecuato, en febrero de 1960; se estableció en 1960 el día de la sierra tarasca y el 9 de mayo de 1961 se estrenó el oratorio de la escuela catequística de Chilchota.
Para ayudar al Sr. Anaya en el gobierno de la Diócesis, el 26 de mayo de 1961, el Sr. José Salazar fue nombrado por la Santa Sede, obispo coadjutor de la diócesis de Zamora. Respiro que alentaría al Sr. Anaya seis años más, ya que en 1967, cansado y enfermo, renunció a Zamora y se fue a San Juan de los Lagos, donde fue nombrado canónigo, pero regresaría a su querida Zamora, donde murió el 6 de enero de 1976. Sus restos reposan en la capilla de la Virgen del Perpetuo Socorro en la Catedral de Zamora.
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