Por: Pbro. Francisco Martínez.
Dejo de lado, por ahora, la continuación de “Volviendo a Tomás de Aquino”, mi artículo anterior, ante la necesidad de plantear una reflexión sobre la manera de referirse a la Iglesia, particularmente al clero, por parte de algunos integrantes de los poderes ejecutivo y legislativo del gobierno
Sin discutir la separación Iglesias/Estado que mandata nuestra Constitución; cada una de estas instituciones no tiene otra justificación que el servicio. Nunca, en ambos casos, la ambición de poder. Tampoco, el dominio. Que ya lo dejó muy en claro Jesús: «el que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9.35). Y, para Él, el servicio tiene como interlocutores preferentes: a las pobres, a los marginados, a los difamados, a los perseguidos.
Separación, sí; pero sólo en lo meramente político (a menos que haya políticas que por exceso u omisión estén afectando a los débiles). En ese sentido, cuando una denominación religiosa sea sorprendida dándoles la espalda, cualesquiera (Estado incluido) puede con todo derecho hacerle un señalamiento. Y al revés: también cuando el Estado, que tiene la obligación de proteger a los desprotegidos, caiga en omisión, cualesquiera (incluida la Iglesia) puede y debe poner el grito.
Siendo 2023 el año con mayor inseguridad en nuestro México (extorsiones, cobro de piso, secuestros, asesinatos) y habida la obligación constitucional que tiene el Estado de proteger a sus ciudadanos, cuando éste es omiso (tal y como no deja de suceder en nuestra entidad) ¿de dónde el reclamo de que haya voces angustiadas como las del Obispo de Apatzingán o airadas como las de Gregorio López Gerónimo, que dirijan su reclamo a nuestros gobernantes ante la supina inseguridad que aqueja a los michoacanos?
En esta situación tan acuciante, lo más natural seria que ambas instituciones dialogaran y se pusieran de acuerdo en cómo conjuntar esfuerzos para hacer a un lado las situaciones de injusticia que nos afectan. Que, en el caso de la Iglesia Católica, si nuestro presidente o nuestro gobernador, tengan o no una confesión distinta, es lo de menos. Que muchos de los católicos, entre los cuales como sacerdote me incluyo, tenemos no sólo faltas graves de omisión sino mucha cola que nos pisen, no lo niego, mas nada de eso obsta para que, en pro de la paz, nos demos la mano.
0 comentarios