El Amoroso Perdona y no Lleva Cuentas del Mal

por | Feb 16, 2024 | Artículos

Por: Pbro. Cesar Hernández Rivera

En sentido religioso, Dios Trinidad, a través de la Iglesia, ya ha perdonado el pecado; ahora le concede, por generosidad, una indulgencia, es decir, le concede las gracias sanadoras del hábito de esos pecados, ya perdonados, para que las practique y llegue a ser un hombre nuevo, a semejanza de Jesús Resucitado.

En sentido humano o civil, se perdona una ofensa, una pena, una deuda económica. El perdón libera de la culpa al ofensor y también el ofendido se libere de sentimientos de rencor. A veces, el perdón implica que ofensor tenga que compensar, de algún modo, su error. Se valora saber perdonar, aunque también saber pedir perdón implica reconocer la culpa y el daño cometido a la otra persona. Quien no perdona, guarda rencor (resentimiento, odio y aversión), que persiste en el tiempo. En lugar de la simpatía, apego y estima, pesa, en el corazón y en el recuerdo, un resentimiento muy arraigado y tenaz, una manía, odio u ojeriza hacia algo o alguien. El rencor es una emoción muy negativa que desequilibra y enferma al cuerpo y a la mente.

Si permitimos que un mal sentimiento penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor, que se añeja en el corazón. Es rencoroso quien «toma en cuenta el mal» y «lo lleva anotado». Lo contrario es el perdón, actitud positiva que intenta comprender la debilidad ajena y trata de buscarle excusas a la otra persona, como Jesús cuando dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34), pero la tendencia suele ser la de buscar más culpas, imaginar más maldad y suponer todo tipo de malas intenciones, así el rencor va creciendo y se arraiga. De ese modo, cualquier error o caída del cónyuge puede dañar el vínculo amoroso y la estabilidad familiar.

Quien es amoroso, a veces, a todo le da la misma gravedad, con el riesgo de volverse cruel ante cualquier error ajeno. Los errores se pueden dar porque no nos explicamos nuestro actuar; hay que actuar o y decir algo, pero rápido, casi sin pensar, así fueron el padre, la madre o el ambiente familiar: una forma de reivindicar los propios derechos; todo empezó bien, pero se convirtió en una persistente y constante sed de venganza, más que en una sana defensa de la propia dignidad, porque es un hábito elegido con mala conciencia.

Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil. La comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada, sólo con un gran espíritu de sacrificio y una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, la tolerancia, el perdón y la reconciliación.

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