Por: Arnold Jiménez
Hace poco más de 20 años llegó a México un concepto televisivo conocido como “reality show” (show real o espectáculo real) llamado “Big Brother” (El gran hermano). El concepto fue desarrollado y evidentemente pertenecía a una empresa holandesa llamada Endemol que, inspirados en la gran novela del escritor británico George Orwell titulada 1984. La novela de Orwell es una crítica férrea a los sistemas totalitarios, particularmente al comunismo. En ella, recurre a la figura del ˋ”gran hermano” una especie de ojo que todo lo ve, todo lo vigila y es capaz de controlarlo todo.
En un afán comercial y en detrimento de la calidad de las producciones televisivas llegó, pues, el “Big Brother”, a México, después de haber recorrido varios países. El formato prometía dos cosas: La primera y la más “atractiva” es la de revolucionar al televisión haciendo que el espectador pase a ser protagonistas. El costo que esto implica es lo de menos. Para el mexicano promedio «salir en la tele” significa una especie de privilegio, le da algo, le aporta algo, de alguna manera lo pone en otro nivel. La segunda, promover el morbo. Big brother fue borrando la línea que divide la vida privada, íntima, de la vida pública. Los protagonistas estuvieron dispuestos a exhibirse y, planeado o no, pensado o no, entre más exhibicionista era el personaje, parecía obtener más fama. La fórmula cansó hasta llegar a su fracaso. Pero no se renunció a la idea de hacer del espectador el protagonista, sobre todo porque entró en competencia el mundo de las redes sociales, donde la persona dejo de ser un custumer (un consumidor de contenidos mediáticos) a un prosumer (quien no sólo consume, además produce).
Hoy está en la palestra y haciendo bastante ruido un reality llamado: “La casa de los famosos”, Un triste refrito del “Big Brother”: una casa a la que entran famosos a convivir y son expuestos a situaciones en las que muestran su verdadero yo. Los niveles de raiting del lamentable espectáculo es muy bueno, y tiene mucho aceptación sobre todo entre los llamados milenials y centenials. Y, no hay día en que el programa o alguno de sus protagonistas se conviertan en trendig topic en las redes sociales. Paradójicamente se convierte en tendencia porque muchos se quejan de las formas y los tratos que se dan entre los participantes. Lo más recurrente es acudir a señalar conductas “misóginas” (más como lugar común que con argumentos sólidos) a la bullying del que son victimas algunos de los pobrecitos famosos que decidieron entrar a vivir unos días bajo la presión de estar expuestos a una cámara 24 horas al día.
Lo que no es difícil de entender es por qué quienes consumen estos productos televisivos se quejan de los contenidos. No sé, lo dudo mucho, que alguien esperara de estos programas un debate filosófico argumentado, sobre el sentido de la vida o sobre la importancia de establecer relaciones sanas y duraderas; espero que nadie asumiera que en el programa se iba hablar de la importancia de la intimidad, del pudor, de la vida privada… No, definitivamente no. Lo que en estos programas se encuentra, lo que en estos programas se exalta es la miseria humana, porque lo que la producción del programa resalta es el defecto de uno u otro participante, el conflicto, el grito, la denostación. Insisto, es inexplicable que la gente que ve estos programas pida que alguno de los integrantes salga o incluso se le quite el título profesional por su comportamiento. Es absurdo. Hace años alguien dijo una frase que cobra mucho sentido: Es difícil encontrar una televisión en la basura, pero es muy fácil encontrar basura en la televisión.
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