Santos, Beatos y Siervos
PBrO. JOSÉ OCHOA GUTIÉRREZ
Nació en Chavinda el 29 de julio de 1909, en el seno de la familia formada por Dn. Jesús y Doña Adelaida. Fue bautizado el 1 de agosto de ese mismo año, recibió la confirmación en octubre de 1910 e hizo su primera comunión en 1915. Sus estudios de primaria los realizó en su pueblo y en 1920 a la edad de 11 años ingresó al seminario de Zamora, donde estudió solamente 6 años, pues la persecución religiosa obligó a cerrar la institución en 1926, por lo que continuó en Roma sus estudios hacia el sacerdocio, donde fue ordenado el 25 de octubre de 1931.
Regresó a México el 20 de agosto de 1932 y el 1 de septiembre fue nombrado vicario cooperador de la Parroquia de la Purísima en Zamora. Deseoso de trabajar para un sector específico, con ayuda de la Srita. Soledad Prado, quien era presidenta de las catequistas de Catedral creó a los Tarcisios, mismos que se convirtieron en una congregación religiosa para varones. Organizó también una asociación para mujeres, a las que se les llamo Cecilias. Ambos grupos de jóvenes fueron para el P. Ochoa gran apoyo para su apostolado en Zamora. El 12 de diciembre de 1935 efectuaría la fundación de los Misioneros de la Sagrada Familia eligiendo a cinco tarcisios.
En 1939 fue nombrado párroco de la parroquia de San Francisco en Uruapan, donde promovió la catequesis, abrió el culto a la capilla de los barrios, promovió la educación de los niños fundando escuelas, inició la construcción del santuario de la Virgen de Guadalupe, la Iglesia de la Sagrada Familia, la capilla doméstica, la del barrio de San José y la del noviciado de los misioneros de la Sagrada Familia; organizó círculos de estudio bíblicos y de doctrina social para familias, fundó el dispensario Tata Vasco y en y en 1940, con ayuda de la Srita. Prado Aguilar, fundó la Operarias de la Sagrada Familia con jovencitas que habían pertenecido a las cecilias.
En 1944 le fue aceptada su renuncia a la parroquia, a fin de dedicarse de tiempo completo a las congregaciones religiosas por él fundadas, con presencia ya en algunas parroquias de la diócesis. Además, el P. Ochoa siempre se distinguió por su amor a la Eucaristía, lo que le llevó a participar muy activamente en el Congreso Eucarístico de Corupo, y posteriormente, él mismo organizaría tres congresos más: en Uruapan, en San Lorenzo y con motivo de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción.
El P. Ochoa murió el 8 de agosto de 1984 en Uruapan. Sus restos yacen en la parroquia de la Sagrada Familia.
MONS. LEONARDO CASTELLANOS CASTELLANOS
Nació el 6 de noviembre de 1862 en Ecuandureo, siendo sus padres Dn. Fernando Castellanos (de oficio sastre) y Doña Lugarda Castellanos. Fue bautizado al día siguiente y confirmado el 22 de febrero de 1866 por el Sr. De la Peña. Estudió las primeras letras en su pueblo natal, dando desde muy pequeño muestras de piedad, responsabilidad y humildad, y aunque era algo tímido tuvo muchos amigos en el pueblo.
El 15 de enero de 1875 ingresó al Seminario de Zamora, primero como alumno externo (por la pobreza de su familia) y luego como interno. Aunque no fue un alumno brillante, amaba el estudio y las prácticas de piedad. El 20 de marzo de 1886 fue ordenado sacerdote y enviado al poco tiempo a Ecuandureo para atender su quebrantada salud; no obstante, el catecismo, las confesiones y las visitas a los enfermos y a los pobres fueron sus constantes ocupaciones.
Después de haber fungido como vicario, fue nombrado párroco de Ecuandureo en 1889, dedicándose plenamente a su ministerio y realizando obras como la fundación de una escuela y de una mutual, así como la construcción de las dos torres de la iglesia parroquial. Fue nombrado por el Sr. Cázares canónigo de la Catedral de Zamora en 1905, y posteriormente rector del Seminario, ambos cargos los aceptó con humildad y los desempeñó con responsabilidad y entrega absoluta.
El 29 de abril de 1908 fue nombrado obispo de Tabasco, recibiendo la consagración episcopal en la Basílica de Guadalupe el 27 de septiembre y tomando posesión del cargo el 4 de octubre. Desde su llegada, el Sr. Castellanos comenzó a ganarse la voluntad y el respeto de sus feligreses, sobre todo con su propia pobreza y austeridad, su entrega total al servicio de todos y su bondad y humildad manifestadas en todos los ámbitos, haciéndose “todo para todos”, atendiendo a los más necesitados y ocupando casi todo su tiempo en la predicación y la confesión. Con su precaria renta episcopal fundó una escuela, impartió clases gratuitas en el Instituto Juárez y no cobraba estipendio alguno a los pobres por la administración de los sacramentos.
Más cuando llegó la peste amarilla a Tabasco, el Sr. Castellanos se expuso demasiado en el auxilio a los enfermos y terminó por contagiarse de la terrible enfermedad. Después de 8 días de sufrimiento intenso, sobrellevado con valetía y heroísmo, el santo varón murió el 19 de mayo de 1912. A su funeral y entierro acudió muchísima gente, incluso anticlericales. Poco después, gracias a las gestiones de Dn. Enrique Ruíz Pérez y del entonces gobernador de Tabasco Francisco J. Múgica (ex alumno del Sr. Castellanos en el seminario de Zamora) sus restos fueron trasladados a Ecuandureo, donde reposan actualmente.
En 1953 se inició en la Curia de Zamora el proceso informativo diocesano acerca de la fama de santidad del Sr. Castellanos, terminándose en 1960, año en que se remitió a Roma. En julio de 1964 la Sagrada Congregación de Ritos examinó los escritos del Siervo de Dios y declaró no haber ningún inconveniente para que prosiguiera el proceso, y el 30 de marzo de 1976 la Congregación para las causas de los Santos aprobó la introducción a la causa del Sr. Castellanos, con la ratificación del Papa Pablo VI.
San Rafael Guízar y Valencia quien le trató en unas misiones en Tabasco dijo de él “Yo puedo dar testimonio juramentado, cuando se haga necesario, de que el Ilmo. Sr. Castellanos practicó las virtudes teologales y cardinales de un modo heroico, pues lo traté de cerca durante algunos años.” Así mismo, el secretario particular del anticatólico Garrido Caníbal declarado ateo diría del Sr. Castellanos: “Si todos los curas fueran como Dn. Leonardo, yo me haría cura.”
41 años después de su muerte, en 1953, se abrió el proceso para su beatificación y terminó favorablemente el 6 de julio de 1960. El Episcopado Mexicano en 1949 pidió a la Santa Sede que dicho proceso se realizara en Zamora, por la escasez de clero en Tabasco, lo que concedió la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos.
SAN JOSÉ SANCHEZ DEL RÍO
José Sánchez del Río nació en Sahuayo, Michoacán, en nuestra Diócesis de Zamora el 28 de marzo de 1913. Fue bautizado en la parroquia de Santiago Apóstol de Sahuayo. Sus padres fueron Macario Sánchez y María del Río que tuvieron cuatro hijos: Macario, Miguel, José y María Luisa. El muchacho Joselito, como era llamado familiarmente, hizo su primera comunión a la edad de 9 años.
Los testimonios sobre él nos dicen que era un muchacho normal, sano y de carácter jovial, que acudía al catecismo y se distinguía por su compromiso en las difíciles actividades parroquiales; se acercaba a los sacramentos, rezaba cada día el santo rosario junto con su familia, profundamente cristiana. Y a pesar de ser todavía muy joven, José sabía muy bien lo que estaba viviendo México en aquel tiempo con la persecución religiosa en 1926.
Cuando comenzó el movimiento católico de los “cristeros” sus dos hermanos mayores, miembros de la Acción Católica de la Juventud Mexicana, entraron en el movimiento de Defensa de la Libertad Religiosa. En Guadalajara, donde la familia se había visto obligada a trasladarse, el joven José visitó la tumba del joven abogado Anacleto González Flores, cruelmente martirizado el 1 de abril de 1927. José pidió entonces a Dios poder morir como Anacleto en defensa de la fe católica.
A partir de aquel momento su resolución fue cada vez más fuerte pidiendo a sus padres el permiso para unirse a los “cristeros”, que a pesar de una inicial razonable prudencia por parte de sus padres, así como de los dirigentes “cristeros”, dada su joven edad, finalmente lo consintieron. A las objeciones de sus padres, el joven muchacho respondía: “Mamá, nunca ha sido tan fácil como ahora ir al cielo.”
Finalmente, el joven muchacho obtuvo la bendición paterna y pudo unirse a ellos. En el verano de 1927 intentó unirse a los “cristeros” junto con otro amigo suyo, adolescente como él, Lázaro, y tras múltiples aventuras, logran alcanzar a los “cristeros”, que repetidamente querían devolverlos a sus casas, dada su joven edad y los peligros mortales a los que se exponían. Las ocupaciones de José consistían fundamentalmente en la de servir en sencillas tareas que no comportaban en absoluto su empeño en la lucha activa y en ser portaestandarte.
En un enfrentamiento que tuvieron las tropas cristeras con las federales del general Tranquilino Mendoza, el 6 de febrero de 1928 al sur de la población de Cotija, casi lograron tomar prisionero al jefe cristero Guizar Morfín porque le mataron el caballo, pero José bajándose rápidamente del suyo en un acto heroico se lo ofreció. Y así sucedió: el general Guizar Morfín pudo escapar, pero las tropas federales en aquella escaramuza hicieron prisioneros a José Sánchez del Río y al joven indígena llamado Lázaro. Los llevaron maniatados hasta Cotija en medio de golpes e injurias, “Vamos a ver qué tan hombrecito eres”. José no dejó escapar ni un quejido y rezaba para fortalecer su espíritu y poder sobreponerse a las humillaciones y tormentos.
Ese mismo día 6 pudo mandar una carta a su madre desde la cárcel, misma que se muestra a continuación:
«Cotija, lunes 6 de febrero de 1928.
Mi querida mamá:
Fui hecho prisionero en combate este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá, resígnate a la voluntad de Dios, yo muero muy contento, porque muero por Nuestro Señor. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes, diles a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del más chico y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú, recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir hubiera deseado.
Joselito José Sánchez del Río».
El día 7 de febrero llevaron a los dos muchachos a Sahuayo y fueron encerrados en la iglesia parroquial de Santiago, transformada en cárcel de varios católicos y en caballeriza de las tropas gubernamentales. Los soldados, entre otras profanaciones, habían convertido el presbiterio y el Tabernáculo en un gallinero de “gallos de pelea”, propiedad del jefe político de la región. Ante tal profanación, el joven José reaccionó con fuerza matando a los gallos, y sin miedo a las amenazas de muerte de parte de aquel jefe, que entre otras cosas había sido amigo de familia y su padrino de primera comunión.
Él, que se había distinguido siempre por su devoción a la Eucaristía, respondió a aquel jefe el 8 de febrero: “La casa de Dios es para rezar, no para usarla como un establo de animales… Estoy dispuesto a todo. Puede fusilarme. Así me encontraré enseguida en la presencia de Dios.» Uno de los soldados lo golpeó violentamente en la boca con la culata del fusil rompiéndole los dientes, como de hecho se pudo constatar durante la exhumación de sus restos. Como venganza inmediata, y en presencia de José, su compañero Lázaro fue ahorcado en la plaza frente a la iglesia; creyéndolo muerto lo abandonaron y fue salvado por el sepulturero, mientras José continuó encarcelado en el baptisterio de la iglesia, donde había sido bautizado.
Lo invitaron repetidamente a pasar a la parte de los perseguidores; y aquel jefe político le hizo diversas propuestas muy halagadoras como la de inscribirlo a la prestigiosa escuela militar del Régimen o la de mandarlo a los Estados Unidos, pero el joven las rechazó con firmeza.
Aquel jefe político pidió entonces a la familia del joven un rescate de 5,000 pesos de oro que el papá de José entregó, y que el perseguidor recibió a pesar que ya había hecho asesinar al joven la noche anterior. José había pedido repetidamente a sus papás que no pagaran aquel rescate en cuanto que ya había ofrecido su vida a Dios y que “su fe no estaba a la venta”.
El 10 de febrero de 1928, trasladaron a José hacia las 6 de la tarde desde la parroquia a un mesón cercano. Hacia las 7 de la tarde logró mandar una carta a su tía María, donde le comunica que sería fusilado poco después por su fidelidad a Cristo y a la fe católica, y le pide que otra tía, llamada Magdalena, le llevase la Comunión. Lo logrará. Todo aconteció hacia las 8 de la noche. En aquel mesón, convertido en cuartel de las tropas, los soldados le desollaron los pies con un puñal.
Hacia las 11 de la noche tras desollarle los pies, le hicieron caminar, golpeándole, a través de la calle que iba hasta el cementerio municipal. Los carnífices querían obligarlo a apostatar de la fe con las torturas, pero no lo lograron. Sus labios solamente se abrían para gritar “¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!”.
Llegados al cementerio el jefe de los soldados ordenó a los mismos apuñalarlo para impedir que se pudiesen escuchar los disparos en la población. Había el toque de queda. El joven mártir, a cada puñalada, gritaba con un filo de voz: “¡Viva Cristo Rey!”, “¡Viva Santa María de Guadalupe!”. Entonces, el jefe militar, con su pistola, le disparó un par de tiros en la cabeza. Su cuerpo fue arrojado en una pequeña fosa, recubierto con poca tierra. Eran las 11.30 de la noche del viernes 10 de febrero de 1928.
Luego, durante la noche profunda, el sepulturero y algunas buenas almas, a escondidas, regresaron al lugar, lo sacaron del foso, lo cubrieron con una sábana y lo volvieron a sepultar en el mismo lugar. En 1954, los restos del Mártir fueron inhumados y trasladados a la iglesia cercana del Sagrado Corazón. En 1996 fueron de nuevo inhumados y transportados a la parroquia de Santiago Apóstol de Sahuayo.
Fue beatificado el 20 de noviembre de 2005 por el Papa Benedicto XVI y canonizado como santo de la Iglesia universal, el 16 de octubre de 2016 por el Papa Francisco. El milagro que posibilitó su canonización fue la milagrosa curación en 2008 de Ximena Guadalupe Magallón Gálvez, una bebé que en Sahuayo que sufrió meningitis, tuberculosis y un infarto cerebral.
La canonización del niño cristero José Sánchez del Río el 16 de octubre de 2016 fue recibida con gran alegría en México. Unas 20.000 personas se juntaron en la ciudad del mártir adolescente, Sahuayo.
MONS. JOSÉ MARÍA CÁZARES Y MARTÍNEZ
José Ma. De la Merced nació en la Piedad el 20 de noviembre de 1832. Hijo de Don Ignacio Cázares y Doña Ignacia Martínez. Su educación estuvo a cargo del Sr. Cura Antonio de la Parra, cursando en el Colegio San Luis del Padre Villavicencio de 1846-1849, siendo luego alumno externo del Seminario de Morelia. En México se tituló como abogado en el Colegio de San Ildefonso, ejerciendo su profesión como juez de primera instancia en su tierra natal.
El llamado de Dios llegó por medio del Sr. Arzobispo de Michoacán Dn. Ignacio Arciga quien le invitó a abrazar el sacerdocio, abrazo consumado en 1869 con la ordenación sacerdotal. Se convirtió en teólogo consultor del Sr. Arciga en el concilio plenario latinoamericano, fungió como párroco del Sagrario, rector del seminario, vicario general, canónigo y juez de testamentos.
Fue el Papa León XIII quien le nombró obispo de Zamora después de casi un año de sede vacante, el 16 de agosto de 1878, siendo consagrado como tal en Morelia el 20 de octubre de ese mismo año y el 16 de noviembre tomó posesión canónica de su diócesis en la Catedral de Zamora, a la que se entregó en cuerpo y alma, hasta el exceso, lo que le llevaría a querer renunciar en 1889 por causa de salud, sin embargo, su renuncia no fue aceptada y se le nombró como obispo coadjutor al Sr. José de Jesús Fernández, quien más tarde sería administrador apostólico en sede vacante.
Fue un hombre de un gran carácter, de talento claro y profundo, persona de ciencia teológica, jurídica y filosófica, de contundente serenidad cristiana y de inexorable firmeza apostólica y pastoral. La caridad le transpiraba por todas partes y siempre pretendió ser veraz en la palabra y coherente en sus actos. Su recia fe y su sincera piedad fueron los elementos que lo mantuvieron constantemente pegado a su Dios y a sus semejantes. Su lealtad a la Iglesia se manifestó siempre en la obediencia razonada a los superiores y en la defensa apasionada de los derechos de esa Institución, tanto a nivel mundial, como nacional y particular en su diócesis.
Era un predicador sencillo, claro y valiente. A lo largo de sus 25,767 km. recorridos a pie y a caballo de sus visitas pastorales a las parroquias, conoció perfectamente su diócesis, sus sacerdotes y fieles. A su paso realizaba verdaderas misiones con innumerables confesiones, matrimonios, primeras comuniones y confirmaciones.
Como educador, se empeñó en la organización del Seminario, de la Escuela de San Luis, de las distintas escuelas en las parroquias, trajo a los Hermanos Maristas y permitió el Noviciado de los Jesuitas en San Simón y luego en El Llano, noviciado que trajo a la Diócesis innumerables beneficios, ya que la presencia de hombres como el Padre Pro y la ordenación de casi medio centenar de jesuitas estudiantes en ese Noviciado dejaron profunda huella en el pueblo cristiano.
Fundó la Congregación de las Hermanas de los Pobres, iniciando con la Srta. Margarita Gómez (ex novicia de las Hijas de la Caridad) en Sahuayo, a quien le pidió fundara una congregación para honrar a Jesucristo, especialmente en la persona de los pobres, ya fueran enfermos, niños, encarcelados e indígenas.
Juntamente con la construcción espiritual de la Iglesia Zamorana, el Sr. Cázares también fue un gran constructor de obras materiales. Podemos enumerar la continuación y terminación de la Catedral de Zamora en la plaza, así como de La Purísima, la iglesia votiva de Zamora. La iglesia de San José que se empezó a construir en 1880 y la reconstrucción del templo de San Francisco, destruido en 1863 y reedificado en 1881. Pero su obra magna fue sin duda la Nueva Catedral (hoy Santuario Guadalupano) en la que puso todo su corazón, su peculio y su interés.
El Señor Cázares luchó por una formación completa de los futuros sacerdotes, por lo que fundó siete seminarios menores: Sahuayo, Cotija, Purépero, Cojumatlán, Uruapan, Yurécuaro y la Escuela de San Luis Gonzaga en Zamora. Además, abre las puertas del Seminario a los externos y lo convierte en un verdadero y reconocido Centro de Estudios Superiores, con Leonardo Castellanos y Rafael Guízar y Valencia a la cabeza, destacan alumnos como Amado Nervo, el General Francisco Mújica, Rafael Sánchez Tapia, gobernador de Michoacán, Daniel Valencia, presidente de la Suprema Corte de Justicia, Perfecto Méndez Padilla, diputado del Congreso y vicepresidente del Partido Nacional Católico, etc. En cuanto a la cantidad del mismo clero, debemos decir que fue durante el gobierno del Sr. Cázares cuando en la Diócesis de Zamora se ordenó el mayor número de sacerdotes.
La labor social desarrollada por él fue extraordinaria: asilos de niñas en Uruapan, Tangancícuaro, Paracho, Pamatácuaro, Patamban, Cotija, Nahuatzen, Ziracuretitro, Coalcomán, Taretan, Purépero, Tancítaro, Tingambato…, hospicios y hospitales que él organiza y aumenta en número, la casa de beneficencia, el Monte de Piedad, los asilos de Madrigal (en Pino Suárez), del Corazón Inmaculado de Maria en San Francisco (en la antigua huerta de los franciscanos), el de niños frente a los Dolores (hoy Mercado Hidalgo), la Escuela de Artes y Oficios, etc. Por ello, con cuánta razón se permitió por parte del gobierno del estado que la antigua calle del Relox llevase su nombre, aun antes de morir, por ser “un verdadero benefactor de la ciudad.”
Y fue después de casi 32 años, que la historia volvía a repetirse y Zamora volvía a llorar y a sufrir la pérdida de su pastor, casi en las mismas circunstancias. El 25 de febrero de 1909, el Sr. Cázares, salió a su última visita pastoral, comenzando por Ecuandureo, haciendo un alto en La Noria para seguir luego a Churintzio y finalmente a Zináparo, donde empezó a sentirse mal. Su amigo Dn. Pedro Jiménez lo llevó a su Hacienda de La Tepuza y ahí el Dr. Riera aconsejó lo llevaran a Guadalajara en donde, el martes 23 de marzo, le diagnostican «impaludismo complicado con hemoglobinuria» y el día 31, Miércoles Santo, después de pedir, juntamente con los últimos Sacramentos, perdón a quienes hubiese ofendido, rodeado de algunos de sus más cercanos colaboradores venidos de Zamora, entrega su alma al Señor a las 4:10 de la tarde. En un tren especial fue traído luego su cadáver a Zamora, donde el llanto y la tristeza invadieron los corazones.
BEATA MARÍA VICENTA DE SANTA DOROTEA CHÁVEZ OROZCO
Dorotea Chávez Orozco nació el 6 de febrero de 1867 en Cotija, Michoacán, parte de nuestra diócesis de Zamora. Ella fue la menor de seis hermanos. Sus padres fueron Luis Chávez y María de Jesús Orozco. Su madre estaba emparentada con el Siervo de Dios Francisco Orozco y Jiménez, quien fue Obispo de Chiapas (1902-1912) y Arzobispo de Guadalajara (1913-1936).
Dorotea fue bautizada e hizo la primera comunión en la parroquia de su pueblo natal, Cotija. Su infancia fue como la de muchas niñas pertenecientes a familias modestas, sencillas, pero sumamente responsables para educarlas en la fe, infundiendo en ella un gran amor a Dios y una profunda devoción a la Santísima Virgen María. De pequeña, ella misma cuidó con esmero de un pequeño rebaño de ovejas, único patrimonio de la familia Chávez Orozco.
Nunca asistió a la escuela porque la tenía en su propia casa con su hermano Eligio, que era maestro y dedicaba cariñosamente el tiempo que requería su hermanita para aprender desde las primeras letras. Cuando tenía entre los 8 y 10 años de edad, la familia se trasladó para radicar en Cocula y después en Guadalajara, Jalisco, donde vivió en el barrio de Mexicaltzingo.
Su vida sencilla y ordinaria se vio interrumpida por un acontecimiento que la cambiaría para siempre: la enfermedad. El 20 de febrero de 1892, a los 25 años de edad, a fin de que atendiera su quebrantada salud, el P. Eusebio González, su director espiritual, le pidió que se internara en el Hospital de la Santísima Trinidad de Guadalajara. Esta experiencia de dolor la fue preparando para escuchar el llamado de su vocación. Ella misma contó: «Por señalado favor de Dios, el mismo día que ingresé al hospital, concebí la idea y tomé la resolución de consagrarme al servicio de Dios Nuestro Señor y Salvador en la persona de los pobrecitos enfermos».
Esta institución había sido fundada dos años antes. Ahí descubrió su vocación: ayudar a los demás, y lo hizo a través de su enfermedad. Al recobrar su salud dedicó su vida al cuidado de los enfermos. Siempre les decía: «Sigan con ánimo generoso la senda de la cruz, recíbanlo todo como venido de la Divina Voluntad».
A los pocos meses, el 19 de julio, decidió quedarse para siempre en el hospital; el 25 de diciembre de 1897 hizo votos privados en el templo de Jesús María, en compañía de Catalina Velasco y Juana Martín del Campo. Sin embargo, en 1898 todas las enfermeras decidieron abandonarla a ella y a los otros enfermos.
Esto no fue ocasión de desaliento sino que ésta, como otras circunstancias, la empujaron a fundar varios hospitales en Jalisco y en Guadalajara y el Asilo de Ancianos de la Santísima Trinidad, donde en 1905, al lado del P. Miguel Cano Gutiérrez, creó la congregación religiosa de las «Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres».
Su propósito, que cumplió íntegramente, la llevó a dejarlo todo y vivir radicalmente el Evangelio, de tal manera que las personas que la trataban expresaban: «Esta mujer tiene un corazón de amabilísima dulzura». Su preocupación fue siempre imitar a su Divino Esposo, amando y sirviendo a sus hermanos más necesitados. Esto le trajo muchos sufrimientos, difamaciones y calumnias, pero ella supo aprovecharse de todo esto como bautizada y como consagrada.
La Congregación nació en un humilde barrio de la Ciudad de Guadalajara, en Mexicaltzingo, antiguo pueblo de los indios mexicas. La aprobación diocesana tuvo lugar el 12 de mayo de 1905 por el Sr. Arzobispo José de Jesús Ortiz, y la confirmación de Roma el 18 de agosto de 1911.
El 10 de febrero de 1908, Dorotea tomó los hábitos de la Congregación de manos del Arzobispo de Guadalajara, José de Jesús Ortiz y el 20 de febrero de 1910 se estableció el noviciado, siendo ella la primera maestra de novicias; el 15 de agosto pronunció sus primeros votos simples y cambió su nombre por el de María Vicenta de Santa Dorotea. El 6 de octubre de 1910 fundó y se convirtió en la primera Superiora del Hospital San Vicente en Zapotlán el Grande, hoy Ciudad Guzmán, Jalisco, primera casa filial del Instituto.
Cuando estalló la Revolución Mexicana, a pesar de la turbulencia social, el 3 de diciembre de 1912 realizó sus primeros votos canónicos. Un año después, tropas revolucionarias ocuparon Guadalajara y la Congregación vivió en zozobra. El 3 de diciembre de 1915 pronunció sus votos perpetuos. Con los años, haría otras fundaciones: en Puebla, el Sanatorio Del Río; en Torreón, Coahuila, la Clínica Metalúrgica y en Culiacán, Sinaloa, el Asilo del Carmen.
La Madre Vicenta también sufrió la persecución religiosa que estalló en México en 1926. El 30 de julio se vio obligada a cerrar la capilla de la Casa Generalicia de la Congregación, cuando el clero mexicano ordenó la suspensión de los cultos; no obstante, el Hospital de San Vicente, en Zapotlán el Grande, fue ocupado por los militares heridos, quienes fueron atendidos por las religiosas, sin importar que en esas circunstancias ellos eran enemigos de la iglesia.
La Madre Vicenta se distinguió por su amor a la Eucaristía y su alegre entrega a los enfermos. De tal forma vivió esta entrega que, al dejar este mundo, murió en el momento mismo de la elevación de la Hostia en la Santa Misa que se estaba celebrando frente a su lecho, asistida por el Excmo. Sr. Cardenal José Garibi Rivera.
La Madre María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco murió en olor de santidad, víctima de un síncope cardíaco, el 30 de julio de 1949, en Guadalajara, Jalisco. Sus restos reposan en la cripta del Oratorio del Espíritu Santo, sede central del Instituto de las Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres, en Guadalajara.
17 años después de su muerte se abrió el proceso ordinario, la Iglesia reconoció que vivió las virtudes en grado heroico y la causa de beatificación se introdujo con decreto el 13 de abril de 1978. Para beatificarla, el 10 de enero de 1997 se comprobó científicamente uno de sus milagros al sanar a un paciente en forma rápida y total; se trata de un milagro de Dios por intercesión de la Madre Vicenta a un niño. Monseñor Oscar Sánchez Barba, Postulador por el Episcopado Mexicano ante la congregación para la Causa de los Santos en el Vaticano, confirmó que: «la madre del niño invocó a la Madre Vicenta y milagrosamente le salvaron la pierna, a pesar de que estaba infectada de gangrena».
La exhumación de sus restos, para tomar algunas reliquias, ocurrió el 26 de febrero de 1997 y la ceremonia fue encabezada por el Cardenal Juan Sandoval Iñiguez, Arzobispo de Guadalajara.
El Papa Juan Pablo II la beatificó el 9 de noviembre de 1997. La emotiva ceremonia tuvo lugar en la plaza de San Pedro ante miles de peregrinos procedentes de todo el mundo. Juan Pablo II al referirse a la religiosa mexicana, conocida como «Madre Vicentita», consideró que es un auténtico «modelo de religiosa enfermera» y aseguró que su beatificación «alegra hoy el caminar de la Iglesia en México y en todo el continente americano e impulsa el compromiso evangélico de los agentes sanitarios y de la salud ante el Tercer Milenio».
En la homilía el Papa resaltó las cualidades de la religiosa mexicana:
“María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco. Impulsada por la caridad de Cristo, siempre vivo y presente en su Iglesia, se consagró a su servicio en la persona de los «pobrecitos enfermos», como ella maternalmente los llamaba. Un sinfín de dificultades y contratiempos fueron cincelando su carácter enérgico, pues Dios la quería sencilla, dulce y obediente para hacer de ella la piedra angular del instituto de Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres, fundado por la nueva beata en la ciudad de Guadalajara para la atención de los enfermos y los ancianos. Virgen sensata y prudente, edificó su obra sobre el cimiento de Cristo doliente; curando con el bálsamo de la caridad y la medicina del consuelo los cuerpos heridos y las almas afligidas de los predilectos de Cristo: los indigentes, menesterosos y necesitados. Su ejemplo luminoso, entretejido de oración, servicio al prójimo y apostolado, se prolonga hoy en el testimonio de sus hijas y de tantas personas de buen corazón que trabajan con denuedo para llevar a los hospitales y a las clínicas la buena nueva del Evangelio.”
SAN RAFAEL GUÍZAR Y VALENCIA
Nació Rafael en Cotija, el 26 de abril de 1878, (poco antes de haber sido nombrado obispo de Zamora, Dn. José María Cázares y Martínez). Sus padres fueron Dn. Prudencio y Doña Natividad, mismos que procuraron que al día siguiente 27 de abril fuese llevado al templo parroquial para que fuese bautizado, siendo sus padrinos Dn. Juan González y Doña Benigna Valencia.
El niño Rafael estudió las primeras letras en la escuela parroquial de su tierra, siendo director Dn. Fermín Mendoza. Huérfano de madre a los nueve años, pasó luego, juntamente con su hermano Antonio, al colegio que, unido a su noviciado, tenían los Jesuitas en la Hacienda de San Simón, pero en 1890 regresó a Cotija para entrar al seminario auxiliar que existía en esa población, a fin de estudiar humanidades y en 1896 ingresó al de Zamora para estudiar filosofía y teología. El 20 de junio de 1901, en el templo de San Francisco en Zamora a los 22 años (habiendo pedido dispensa de edad) el Sr. Fernández, auxiliar del Sr. Cázares le ordenó sacerdote.
Comenzó el joven Rafael a ejercer su apostolado, casi de manera febril, pues muchos pueblos de la diócesis de Zamora fueron testigos de la gran actividad que desarrolló: acompañante activo de su obispo en numerosas visitas pastorales, director del Apostolado de la Oración en Zamora, fundador de la Congregación Sacerdotal de Nuestra Señora de la Esperanza, fundador y director del Colegio Teresiano de Zamora, padre espiritual del Seminario, misionero de pueblos (con nombramiento especial dado en 1905) de ésta y otras diócesis y Prebendado y Canónigo Presbítero de la Catedral.
Al sobrevenir la revolución, en 1911 para contrarrestar la campaña persecutoria contra la Iglesia, fundó en la ciudad de México un periódico religioso, que fue pronto cerrado por los revolucionarios. Perseguido a muerte, vivió durante varios años sin domicilio fijo, pasando toda especie de privaciones y peligros. Para poder ejercer su ministerio, se disfrazaba de vendedor de baratijas, de músico, de médico homeópata. Podía así acercarse a los enfermos, consolarlos, administrarles los sacramentos y asistir a los moribundos.
Acosado por los enemigos, no pudiendo permanecer más tiempo en México por el inminente peligro de ser capturado, pasó a finales del 1915 al sur de los Estado Unidos y al año siguiente a Guatemala donde dio un gran número de misiones. Su fama de misionero llegó a Cuba, donde fue invitado para predicar misiones populares. Su apostolado en esa isla fue fecundo, y ejemplar fue también su caridad con las víctimas de una peste que diezmó en 1919 a los cubanos.
Fue mientras que realizaba su apostolado misionero en Cuba que fue llamado con urgencia a México, para notificarle su nombramiento como obispo de Veracruz, el 1 de agosto de 1919; fue consagrado como tal el 30 de noviembre en la Catedral de La Habana, y tomó posesión de su diócesis el 4 de enero de 1920, a la que gobernó santa y productivamente hasta el 6 de junio de 1938, cuando murió a los 60 años y un mes de edad.
Los dos primeros años los dedicó a visitar personalmente el vasto territorio de la diócesis, convirtiendo sus visitas en verdaderas misiones y en obra de asistencia a los damnificados de un terrible terremoto que había provocado destrucción y muerte entre la pobre gente de Veracruz: predicaba en las parroquias, enseñaba la doctrina, legitimaba uniones, pasaba horas en el confesionario, ayudaba a los que habían sido víctimas del terremoto.
Una de sus principales preocupaciones era la formación de los sacerdotes. En 1921 logró rescatar y renovar el viejo seminario de Xalapa, que había sido confiscado en 1914, pero el gobierno le incautó otra vez el edificio apenas renovado. El obispo trasladó entonces la institución a la ciudad de México, donde funcionó clandestinamente durante 15 años. Fue el único seminario que estuvo abierto durante esos años de persecución, llegando a tener 300 seminaristas.
De los dieciocho años que regentó la diócesis, nueve los pasó en el exilio o huyendo porque lo buscaban para matarlo. Dio sin embargo muestras de gran valor llegando a presentarse personalmente a uno de sus perseguidores y a ofrecerse como víctima personal a cambio de la libertad de culto.
Por ello decimos que San Rafael realmente practicó en grado heroico las virtudes cristianas, entregó plenamente su vida al servicio de Dios y de sus semejantes y fue fervoroso devoto del Sagrado Corazón, la Eucaristía y la Santísima Virgen María. Su conversión (en un sentido muy amplio) se debió quizá en gran parte, a la suspensión que el Sr. Cázares (varón sabio y santo) le impuso y la señalamiento que el Sr. Castellanos (obispo de Tabasco y también santo varón) le hizo en relación a su verdadera vocación: No a las obras de relumbrón (aunque sean para la gloria de Dios), sino la sublime, callada y nada llamativa misión de predicar a los pueblos el mensaje de Cristo.
En diciembre de 1937, mientras predicaba una misión en Córdoba, sufrió un ataque cardíaco que lo postró para siempre en cama. Desde el lecho del dolor dirigía la diócesis y especialmente su seminario, mientras preparaba su alma al encuentro con el Señor, celebrando todos los días la santa misa. Murió el 6 de junio de 1938 en la ciudad de México. Al día siguiente fueron trasladados sus restos mortales a Xalapa, siendo sepultado en el cementerio viejo de la ciudad. El 28 de mayo de 1950 sus restos fueron exhumados y se encontró incorrupto, haciendo una reinhumación del cuerpo en la capilla de Santa Teodora en la Catedral de Xalapa.
El 27 de noviembre de 1987 el Siervo de Dios Rafael Guízar recibió el título de “Venerable”. El milagro para la beatificación consistió en que una mujer estéril genéticamente concibió un hijo por intercesión del venerable siervo de Dios. Siendo beatificado el 29 de enero de 1995 en la Basílica de San Pedro en el Vaticano por S.S. Juan Pablo II. El milagro para la canonización consistió en el nacimiento de un niño que a las 31 semanas de gestación se le detectó paladar hendido y labio leporino. El niño nació completamente sano. La canonización se efectuó el 15 de octubre de 2006 por el Pp. Benedicto XVI, convirtiéndose en el primer santo obispo