Por: Arnold Jiménez
En México ha comenzado de manera oficial el proceso electoral que nos llevará a vivir las elecciones más grades de nuestra historia, el próximo mes de junio de 2024. Desafortunadamente y violando la ley electoral, desde la presidencia de la República se adelantaron los tiempos, se destaparon las corcholatas y recorrieron, con recursos del erario (con nuestro dinero) lo largo y ancho del país. La oposición, que no acaba por entender bien cual es su papel, se subió al mismo barco, aunque de manera mucho más austera. En fin, pasaron los tiempos y ya hay “candidatas” que no son “candidatas” sino coordinadoras, eufemismos que intentan disfrazar algo que es más que evidente. Más allá de todo este enredo político que estamos viviendo, aunado a la polarización social y política que cada vez toma sesgos más peligrosos, es de fundamental importancia profundizar en el papel fundamental que tiene la familia, particularmente los padres, en la formación cívico-política de los pequeños.
La Doctrina Social de la Iglesia reconoce como parte constitutiva de la identidad del hombre, de todo hombre su carácter social. Por ello afirma que: “Es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es una característica natural que distingue al hombre del resto de las criaturas terrenas. La actuación social comporta de suyo un signo particular del hombre y de la humanidad, el de una persona que obra en una comunidad de personas: este signo determina su calificación interior y constituye, en cierto sentido, su misma naturaleza.297 Esta característica relacional adquiere, a la luz de la fe, un sentido más profundo y estable. Creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), y constituida en el universo visible para vivir en sociedad (cf. Gn 2,20.23) y dominar la tierra (cf. Gn 1,26.28-30), la persona humana está llamada desde el comienzo a la vida social: Dios no ha creado al hombre como un ser solitario, sino que lo ha querido como ser social. La vida social no es, por tanto, exterior al hombre, el cual no puede crecer y realizar su vocación si no es en relación con los otros” (CDSI). Y esta sociabilización, este llamado a salir de sí mismo y de vivir en sociedad es un llamado a vivir y llevar valores y principios del cristianismo a la vida social y política. Pues, como afirma el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: “El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad”. (EG 177).
Ahora bien, es en la familia el espacio adecuado para la formación en valores cívicos, éticos y sociales de los menores de edad. De tal suerte que, cuando estos lleguen a la edad adulta, sean capaces de asumir sus compromisos ciudadanos y asuman un rol protagónico en la vida social de su comunidad. La Doctrina Social de la Iglesia afirma de manera tajante que la familia es “Escuela de sociabilidad”: “La primera sociedad natural, titular de derechos propios y originarios, y la sitúa en el centro de la vida social: relegar la familia a un papel subalterno y secundario, excluyéndola del lugar que le compete en la sociedad, significa causar un grave daño al auténtico crecimiento de todo el cuerpo social.” Es pues en las familias donde los pequeños aprenderán valores como el respeto, la escucha, la tolerancia, la paciencia, la participación.
Frente a un escenario tan complejo que tenemos, las familias deben asumir el compromiso de formar a los menores de edad para que estos sean los mejores ciudadanos del mañana.
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