Por: Abelardo Aldama Andrade
Un profesor comentó lo que con frecuencia le pasaba en una clase de Biblia con personas adultas y ancianas. La mayoría de los alumnos eran mujeres, y al invitarlas a que leyeran algún pasaje bíblico, pocas participaban. Lo curioso era su justificación: habían olvidado sus lentes en casa. Esta conducta, en realidad, era una manera de ocultar la carencia de habilidad lectora, sobre todo al pronunciar palabras y nombres de origen hebreo, griego o arameo, pero también de exhibir su deterioro físico.
Suele acontecer que algunas personas aparentan ante los demás, lo que no son. Hablan de supuestos logros económicos, profesionales, familiares y culturales. Si en un grupo surge el tema de la cultura, casi siempre aparecen los que todo lo saben y peroran sin ton ni son demostrando superioridad sobre los demás. Internamente, les quema la soberbia y el deseo de emular o superar al prójimo. Basta que alguien pregunte al corro, cuál es el autor del último libro leído u otro detalle, para cambiar el tema de la conversación, pues los “conocedores” titubean y vacilan. El diálogo, si así puede llamarse, sólo se da entre los que fingen ser lectores.
En realidad, cuando una persona lee por hábito, observa el título y la editorial y conoce el contenido, pero cuando se simula, se tartamudea y opina, repitiendo lo que mencionan las redes, los noticieros o las conversaciones al azar. Hay también quienes se justifican en la falta de tiempo para leer -tampoco lo tienen para orar, acudir a Misa y cumplir con otras obligaciones religiosas-. Eso sí, para apoltronarse viendo programas frívolos de TV, durante 2, 3 ó más horas, o algún deporte anodino, o desgastarse frente al celular, charlar y chismear en un festejo, donde abunda el alcohol, o en actividades vacuas, sí abunda el tiempo.
Ante acciones como las anteriores, fácilmente se reconoce quién realmente lee y quién aparenta. Cuando una persona posee el hábito de la lectura, siempre busca espacios para practicarlo: al hacer fila, esperando un servicio, al ir con el médico, ante algún trámite burocrático, antes de dormir, durante las vacaciones, los descansos o el fin de semana, etc. Además, una persona lectora habla con propiedad y maneja un léxico muy amplio, demostrando que posee el hábito lector. Es prudente y, sobre todo, escucha y opina con fundamento, cuando se le solicita su parecer. Practica lo que en cierta ocasión expresó Stephen King: “Siempre he amado leer, y desde hace mucho empecé a escribir; si tú no tienes tiempo para leer, tampoco tienes tiempo (ni herramientas) para escribir”. Robert Louis Stevenson, conocido por su libro “La isla del tesoro”, afirmó: “Siempre guardo 2 libros en mi bolsillo: uno para leer, y otro para escribir en él. Las 2 pasiones están tan conectadas en mi ser” (citado por Kerri Thoreson, “The Coeur d’Alene”, Idaho, Post Falls Press. 2022).
Sorprende que los estudiantes, incluyendo los de postgrado, así como profesores y profesionistas, carezcan del hábito lector; sólo leen lo indispensable y, por lo mismo, escriben poco. La lectura genera ideas, pero cuando no se lee, ¿qué conocimiento puede haber? La misma simulación se constata en ciertos políticos cuyo discurso es torpe y cantinflesco. Quien se precie de leer -lecturas de autores clásicos y de quienes buscan la Verdad-, difícilmente caen en ideologías y falacias. Este hábito también se demuestra en el vocabulario, en el hablar, en las ideas y en la forma de escribir. Usted, lector ¿posee el hábito de la lectura?
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